Contaduría Pública junio 2022

TEMAS SELECTOS PARA PYMES 64 65 CONTADURÍA PÚBLICA Dicen que cuando uno es veinteañero abundan la juventud y el tiempo, pero escasean la sabiduría y el dinero. En cambio, en la edad adulta, hay dinero y hay experiencia, pero escasean el tiempo y la juventud. Por esa misma razón, creo yo, es que a los adultos nos gusta darles consejos a los jóvenes, especialmente cuando los vemos batallar contra los obstáculos que nosotros mismos enfrentamos tiempo atrás. Esto pasa en cualquier familia y por supuesto que pasa en las empresas familiares; los jóvenes están llenos de brío y deseosos por demostrarle a sus padres empresarios que pueden y saben, a veces “muerden más de lo que pueden masticar”. Pero eso es parte de la vida y, aunque nos cueste trabajo, también necesitamos dejar que los hijos experimenten el fracaso y la frustración, pues les forjará el carácter, ¿no es así? A veces, es más importante enseñarles a confiar en sí mismos y construir su propio criterio para tomar decisiones clave, que darles todas las respuestas. Por suerte, de vez en cuando un cambio de perspectiva es todo lo que necesitan para salir del bache en el que se encuentran por su propia mano. Eso trae a mi mente una anécdota que leí hace unos días en uno de los rincones del Internet. Huevos, zanahorias y café Un día, una jovencita se sentó al lado de su padre porque quería quejarse. Estaba de malas, irritable, tuvo un mal día y no podía más, tenía que aligerar lo que se estaba guardando en el pecho. Se sentía frustrada, cansada, harta de luchar todos los días. Y es que siempre había un contratiempo, una emergencia, una crisis que arruinaba su tranquilidad, que saboteaba sus planes y que ponía su día de cabeza. Parecía que apenas solucionaba un problema, aparecía el siguiente, como si todas sus calamidades estuvieran haciendo fila. Su padre la escuchó atentamente y le propuso invitarla a donde trabajaba: la cocina de un restaurante. Y es que su padre era chef. Cuando llegaron, el chef tomó tres recipientes, los llenó con agua y los puso a calentar en la estufa. Luego tomó unas zanahorias y un par de huevos crudos y los depositó en el primer par de recipientes; el agua del tercero sería para preparar café. El padre dejó calentar los recipientes por veinte minutos, que a su hija le parecieron eternos, por lo que trató de matar el tiempo quejándose nuevamente de todos sus problemas. Cuando el chef apagó el fuego, invitó a su hija a acercarse y le preguntó: “¿qué ves?”, mientras servía un par de tazas de café. Su hija respondió: “Zanahorias cocidas y un par de huevos duros, ¿por?”. “Porque tanto las zanahorias como los huevos y el café se enfrentaron a lo mismo, al agua hirviendo”, dijo el padre, “pero los tres reaccionaron de manera distinta, ¿no crees? La zanahoria era dura antes de entrar al agua, ahora es sumamente blanda, fácil de deshacer. Los huevos eran frágiles hasta que se cocieron, y ahora es imposible romperlos al estrellarlos contra una cazuela. El café no cambió tanto. Se disolvió en agua; se podría decir que el café cambió más al agua que el agua al café”. “Ok…”, respondió su hija, entre divertida y frustrada. “Imagina que el agua hirviendo son los problemas de todos los días”, respondió el papá. “¿Qué tipo de persona serías tú? ¿La zanahoria, el huevo o el café?” “¿Eres una zanahoria, que parece fuerte, pero se hace débil tras veinte minutos de adversidad? “¿Eres un huevo, que entró al agua siendo frágil, pero la adversidad te ha vuelto dura y rígida? “¿O eres como el café, que logra su mejor aroma y su mejor sabor cuando el agua está en su punto más caliente? “Si eres como el café, es decir, si cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor, entonces los problemas no podrán acabar contigo”. La hija entonces se relajó un poco, exhaló y se puso a pensar… El enojo, enemigo acérrimo de una mente estratégica Hay varias conclusiones que se pueden sacar de esta fábula, pero a la que quiero referirme aquí tiene que ver con otro concepto inmortalizado en nuestra cultura popular: “más vale maña que fuerza”. Es decir, lo primero que uno debe hacer para superar la adversidad es escoger una manera emocionalmente saludable para reaccionar. Ni caerse a pedazos como la zanahoria, ni volverse rígido o cínico como el huevo. Esa es la maña. Joven empresario ¿Eres un huevo, una zanahoria o un grano de café? C.P.C. y M.I. José Mario Rizo Rivas Socio director de Salles Sainz-Grant Thornton en Guadalajara mario.rizo@mx.gt.com Fuerza sería que, cuando llega la adversidad, somos obstinados y simplemente no nos damos por vencidos, cueste lo que cueste, pero eso, por más valiente que sea, no es suficiente para superar un problema. Hay que reconocer que la adversidad implica mucho desgaste, tanto físico como emocional, y hay que estar en buen estado físico y emocional si queremos tomar decisiones inteligentes que nos saquen del aprieto, ¿no es así? Para ser como el grano de café, no basta con ser optimista o ecuánime, hay que ser estratégico. ¿Cuál es el primer paso? No hay que tomar decisiones mientras uno está enojado… ni tampoco muy feliz. En este reportaje de The Atlantic, la periodista de esta importante revista norteamericana charló con Jennifer Lerner, profesora de políticas públicas y gestión de Harvard. Durante los años próximos a la llegada de Trump al escenario político, Lerner condujo una serie de estudios acerca de cómo las decisiones que tomamos se ven influenciadas por nuestras emociones. Aquí hay tres hallazgos interesantes sobre cómo tres emociones nos hacen actuar de diferentes maneras: 1. Enojo. Cuando estamos enojados, por ejemplo, tendemos a simplificar las situaciones, no medimos las consecuencias y, por lo tanto, tomamos decisiones más rápidamente, tomando como criterio principal lo que nos hace sentir mejor en el momento. 2. Felicidad. Curiosamente, Lerner nos dice que estar contento tampoco es el mejor estado emocional, pues somos más laxos, más accesibles, y al momento de juzgar lo que propone otra persona, le damos más peso a lo que nos dice si esta nos hace sentir bien. 3. Tristeza. Por su parte, la tristeza tiene su lado bueno y su lado malo. El positivo es que una persona que está triste tiende a ser menos impulsiva y a sopesar pros y contras; el malo es que puede darle mil vueltas al asunto antes de tomar una decisión, creando más desgaste emocional. ¿Cuál es entonces el mejor estado mental para decidir? Lerner nos ofrece varios consejos que seguramente le sonarán familiares a más de uno: 1. Acepta que siempre sentirás emociones, pues eres un ser humano y no puedes librarte de ellas. No te frustres al querer ser una persona totalmente ecuánime. 2. Nunca tomes una decisión en el momento. Pospón la decisión en la medida de lo posible hasta que regreses a un estado emocional más neutral. 3. Ignora tus emociones y utiliza argumentos exclusivamente racionales para decidir. Un ejemplo simple: si vas a comprar un auto, en vez de tomar en cuenta cuál se ve más lindo o de qué marca es, piensa en el precio, el consumo de gasolina y en las especificaciones de seguridad. 4. Compara las conclusiones a las que llegas utilizando solamente tu intuición contra un método totalmente racional, así empezarás a hacerte consciente de cuáles son tus sesgos y cuál decisión te hará sentir mejor al corto contra el largo plazo. Darse por vencido también puede ser una decisión inteligente Nuestra cultura, influenciada por la idiosincrasia de EE.UU., que tiene una cultura altamente competitiva e individualista, ha idealizado la idea de nunca darse por vencido, una forma de pensar que es prácticamente el corazón del concepto del “sueño americano”. Pero esto también es una falacia, llamada la falacia del costo hundido. Esta consiste en lo siguiente: vas a Las Vegas y te llevas contigo cien mil dólares con la esperanza de duplicar esa cantidad apostando en el casino. Pero después de un par de días, has perdido dos terceras partes del dinero. En vez de retirarte y conservar la última tercera parte de tu efectivo, decides volver a apostar, pues ya has invertido tanto tiempo y esfuerzo que retirarte te parece un fracaso. Sin embargo, apuestas el resto del dinero y terminas perdiéndolo. Otro ejemplo podría ser este: vas al supermercado, compras un helado que te encanta, pero eres intolerante a la lactosa. Tú conoces tu estómago y sabes que lo más probable es que ese helado te caiga pesado, pero sabe delicioso y ya lo pagaste, así que te lo comes. En unas horas más, sin embargo, terminarás yendo al baño varias veces en la madrugada. Cómo reconocer malas decisiones Echemos un vistazo a esta simpática metodología que conocí en el libro Happy Sexy Millionaire de Steven Barttlet, que consiste en seguir los pasos de un diagrama en el que hay dos variables que son clave: 1) si el objetivo que queremos alcanzar vale la pena todo el tiempo, dinero y esfuerzo que le estamos invirtiendo, y 2) si podemos hacer algo para que todo ese esfuerzo sea más agradable o, al menos, un no tan desagradable. En el caso del helado, unos minutos de satisfacción no valen la pena comparados contra una mala noche encerrado en el baño. Ahora, ¿se puede hacer algo para cambiar la situación? Sí, dejar de comer el helado; comer solo un poco, y no hacerlo en ayunas, o simplemente encontrar un sustituto que no use leche entera. ¿Es un fracaso dejar de comer helado? No realmente; creo que seguir comiendo, a pesar de las consecuencias, es el verdadero problema. Joven empresario, si cuando te propones una meta muy ambiciosa el resultado no fue como esperabas, para cambiar el resultado debes cambiar tu manera de hacer las cosas. Dicho de otra manera, rendirse también es una cuestión de maña; hay que ser inteligente para saber cuándo retirarse, y esa decisión requiere algo más que intuición. Tener este aprendizaje no es tampoco un fracaso. La adversidad no solo fortalece el carácter, también el criterio, y tener un criterio “afilado” es una de las mejores armas que un gran estratega puede tener. “Nunca es tarde para seguir aprendiendo”. He visto personas, después de años de estancamiento, reinventar y descubrir sus fortalezas.

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