detrás de dicha realidad son múltiples, desde problemas estructurales que requieren acciones de profundidad, hasta un estatus quo que privilegia y otorga poder de decisión a ciertos grupos, cuyo enfoque primordial es económico. Cabe destacar que, frente a todos los escenarios anteriormente descritos, se encuentran universidades formadas por generaciones de jóvenes cuya hambre intelectual, noción creativa y habilidades en el ámbito tecnológico, son notables e innovadoras. En el presente, cada estudiante tiene mayor acceso a información de diversas fuentes y, por ende, cuenta con una visión considerablemente más crítica respecto al conocimiento que consume. Por lo cual, para abordar la problemática actual y realmente imprimir la ética en las universidades se debe realizar un análisis interno con una óptica interseccional que reconozca las desigualdades, la discriminación, la poca perspectiva de género, el clasismo y el racismo que se vive en las universidades de nuestro país. Posterior a ese primer paso diagnóstico, debe existir la voluntad de ver cada problemática como un área de oportunidad y de tomar acciones para realizar un cambio que impacte a toda la población universitaria. El camino no será fácil y ciertamente el tiempo se acaba. No obstante, la pandemia nos dio un vistazo a qué aspectos poner atención tales como la obsolescencia programada en materia tecnológica, la falta de capacitación en tecnologías de la información para el personal docente, programas académicos desactualizados, entre otros aspectos. Igualmente, el último par de años fueron testigos de la poca evolución que han tenido las metodologías de enseñanza; y, en consecuencia, las y los estudiantes perdieron interés, la retención de conocimiento fue deficiente, se incrementó la deserción escolar y, en muchos casos, tuvieron que recurrir a diversas formas adicionales de formación académica para complementar su desarrollo profesional. Lo anterior es un arma de doble filo que las universidades pueden y deben usar a su favor para contrarrestar el daño sistémico actual por medio de la docencia en la práctica social, el aprendizaje híbrido y el enfoque a las nuevas tecnologías. La naturaleza actual de la educación superior nos muestra una vez más que las universidades no son únicamente transmisoras de contenido, también son universos en sí mismos que requieren una reforma al interior para construir una cultura y conciencia ética sustentable que se refleje en las profesiones, en el trato del prójimo y en nuestras acciones de los próximos ocho años. Evidentemente, esa labor titánica de dotar de ética contemporánea a las universidades es responsabilidad compartida por personal directivo, docente, administrativo y estudiantil. Sin embargo, principalmente, la docencia tiene un rol de suma importancia si se ve como una práctica social. La docencia está conformada por profesionales académicos que deben estructurar su forma de transmitir conocimiento acorde a este mundo sin fronteras, con enfoque de derechos humanos y con una visión sostenible. Conclusión La ética debe convertirse nuevamente en el pilar de todos los programas académicos que tengan las universidades, no se puede seguir dependiendo de las carreras de humanidades y ciencias sociales para atender las problemáticas estructurales y sociales en nuestro país y el mundo. Se deben incluir las distintas áreas académicas a fin de formar profesionales que fomenten la responsabilidad social como algo normal en cada uno de sus proyectos y funciones. El bienestar de la sociedad no es responsabilidad de los gobiernos únicamente, si la Agenda 2030 y las últimas décadas nos han dejado algo claro, es que tenemos que trabajar en equipo y formar alianzas en los sectores público, privado, de la sociedad civil y académico. La motivación de cada uno de dichos sectores debe ser la ética de no dejar a nadie atrás y menos ahora que estamos ante una crisis a largo plazo. La ética debe convertirse nuevamente en el pilar de todos los programas académicos que tengan las universidades DOSSIER 38
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