La vejez, comúnmente, representa una visión del futuro de cada persona, en ocasiones incierto, confuso o poco entusiasta, aunque generalmente los ejercicios de visualización personal en la juventud apuntan a un escenario donde la vida ha sido resuelta y se materializa el deseo de vivir sin tener que trabajar o, en su caso, hacerlo como terapia ocupacional. Posiblemente hoy en día esa visión representa una aspiración muy lejana de la realidad, dado que esta no se construye sola ni se debe dejar en manos de terceros; es decir, hoy más que nunca demanda una labor continua a lo largo de una vida laboral activa, para estar en condiciones de gozar una vejez digna y decorosa.
Si bien la vejez se ve como una contingencia, que debe ser prevista, esta no se da por la única razón de llegar a determinada edad, la contingencia real que se presenta con la vejez es llegar a ella sin los recursos económicos suficientes para afrontarla, cuando posiblemente ya no se cuente con fuentes de empleo activo adecuadas a la edad, y que generen los recursos suficientes para sufragar las erogaciones de la vida cotidiana.
Latinoamérica, en general, pasa por un fenómeno de envejecimiento acelerado de la población y México no es la excepción, ya que la población adulta (mayor de 60 y de 70 años) se incrementa significativamente con respecto del total de la población, dado que se conjugan dos factores relevantes: una mayor esperanza de vida y una notable disminución en la tasa de fertilidad. Lo anterior nos llevará, en los próximos treinta años, a un incremento de la población adulta sin precedentes, donde la vejez deberá replantearse en muchos sentidos; lo que implica una disminución considerable en la capacidad para procurarse ingresos, y sugiere, a su vez, un incremento en la vulnerabilidad de las personas y, en múltiples ocasiones, una dependencia económica de sus familiares.
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