El mes pasado, la Reina Isabel II falleció a los 96 años después de un reinado de 70 años, el más largo en toda la historia del imperio británico.
El imperio británico se convirtió en el más extenso de la historia de la humanidad, alcanzando su punto máximo de expansión en 1922, cubriendo 25% de la superficie terrestre del mundo, 20% de la población mundial y todas las principales rutas comerciales por mar, pero comenzó a desintegrarse después de la Segunda Guerra Mundial cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética surgieron como superpotencias. Además, a partir del siglo XIX, el Reino Unido comenzó a permitir que sus colonias tuvieran una gran autonomía, especialmente donde la población era mayoritariamente blanca.
Este fue el caso de Canadá que, en 1867, se convirtió en el “primer estado independiente dentro del Imperio Británico”. Australia y Nueva Zelanda siguieron el mismo camino solo unas décadas después. Hacia 1946, las ideas sobre la libertad y la igualdad entre las naciones se hicieron dominantes –hecho que desembocó en la fundación de las Naciones Unidas– mientras que, en casa, el Reino Unido estaba en bancarrota y los gobiernos británicos de izquierda, que favorecían la descolonización, empujaban cada vez más fuerte a poner fin al dominio del imperio.
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