Primero lo primero: es necesario desmitificar al Contador “todólogo”; los tiempos ‒si es que alguna vez existieron‒ en que se creía que un buen Contador Público era al mismo tiempo el encargado de las finanzas, del personal, de la producción y del control de inventarios, así como del cabal cumplimiento de las obligaciones fiscales en una empresa, han quedado atrás. Un asesor integral no es aquel que se ocupa de todas las áreas de la empresa, sino aquel que comprende todos los elementos o aspectos de alguna área específica, de tal forma que aporta ingredientes diferenciadores que añaden valor agregado a la organización.
Hoy, el Contador se ve obligado, como sucede en la mayoría de las profesiones y oficios, a especializarse, por lo que, dependiendo de la elección, voluntaria o no, de su ámbito de trabajo, será la línea de conocimiento por la que habrá de conducirse y destacará, cuando aplica la debida dosis de esfuerzo, estudio y trabajo, precisamente por dominar un área específica.
Ahora bien, la cúspide siempre será un lugar solitario y, si bien es complicado escalarla, resulta aún más difícil permanecer en ese lugar, pues además de la constante actualización, la innovación y el ejemplo que demanda, las responsabilidades, incluyendo aquellas emanadas de la normatividad ‒jurídica o deontológica‒, también se incrementan, por lo que el actuar ético del asesor integral se constituye como una herramienta por demás valiosa para evitar el riesgo de incurrir en violaciones que conllevan algún tipo de responsabilidad y, por lo tanto, en adición a la sanción a que haya lugar, a la pérdida del liderazgo adquirido.
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