Lic. Osvaldo Barrios Ibarra
Docente de la Escuela Bancaria y Comercial
osbimx@yahoo.com.mx
En un mundo cada vez más complejo, competitivo, lleno de obstáculos e incertidumbres, contaminado en ocasiones por costumbres y usos poco transparentes, donde muchas de las grandes decisiones de los negocios son determinadas por situaciones diferentes a las características, a la oportunidad y/o a la calidad del bien o servicio; los valores como la honestidad, lealtad, dignidad, etc., ¿se podrán negociar? ¿Qué es más importante, concretar el negocio, crecer en el trabajo, quedar bien con el cliente o ser fieles a nuestros valores? ¿Hasta dónde puedo dejar de lado mis valores?
Hace poco quedé sorprendido cuando pregunté a varias personas de diferentes círculos cercanos (después, con el apoyo de unos colegas lejanos), que mencionaran algunos de los valores que las rigen en su vida diaria, y la sorpresa fue grande. De 60 consultados, solo 15 respondieron dos o tres valores, no más. El resto no tiene claro que es un valor. Los confunden con sentimientos o acciones. No saben cuáles son y mucho menos los ponen en práctica.
El otro día rumbo a mi trabajo, en el transporte público, pensaba sobre la conferencia que debía dar sobre los “valores humanos”; en ese momento reflexionaba sobre estos, la crisis por la cual atravesaban, sus cambios inevitables, los no convenientes, en fin, sobre la idea de los valores en general, cuando el chofer giró bruscamente, atravesó calles a gran velocidad e insultó a otro conductor que había realizado quién sabe qué extraña maniobra. Entre tanto, quienes viajábamos, nos vimos inmersos en una especie de confusión que nos sorprendió, lo cual hizo que uno de los pasajeros gritara al conductor: “¿Crees que llevas animales?”, a lo que de manera inmediata, otro pasajero respondió con ironía y gracia: “Claro… pero, razonables”.
Razonables, pensé, efectivamente; sin embargo, reflexioné acerca de si, como se sabe, nuestra razón nos diferencia de las bestias; es decir, nuestra razón nos hace seres con valores; qué estaba ocurriendo actualmente con ellos, cuando nos enfrentamos a una situación como esta en la que la “incoherencia” está presente; pues resulta que ese mismo chofer que insultó y transgredió una norma vehicular, se sentía molesto por la falta de respeto del otro conductor.
Por otro lado, es sabido que el índice en materia de corrupción se ha ido incrementando en nuestro país. Autoridades en materia han informado que cada vez más, tanto en el sector público como en el privado, se identifican casos donde se otorgan contratos discrecionalmente a cambio de dinero o de dadivas; trafican con influencias a todos los niveles; se presentan casos de enriquecimiento inexplicable o ilícito; se producen y distribuyen bienes y servicios fuera de especificación, etcétera.
Ante este panorama, en el que podemos observar cómo ha cambiado la ética y moral en el mundo de los negocios, es conveniente recordar cuáles son algunos de los conceptos básicos de aquellos valores que dentro de nuestra agitada vida se van olvidando, tales como: dignidad, excelencia, lealtad, responsabilidad, transparencia, integridad, honestidad, compromiso, respeto, empatía, cortesía, amistad, compañerismo.
Las siguientes preguntas serían: ¿cuáles de estos valores los practicamos y tenemos presente en nuestro día a día? Ya sea como hombres de negocio, como líderes de grandes empresas o industrias, como formadores de futuros talentos, como administradores de grandes o pequeños capitales, inclusive como padres de familia.
Iniciemos comprendiendo el concepto, la relevancia y trascendencia de este tema, y su significado; recordando que son universales, por ello cobran mayor preeminencia. Son principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento en función de realizarnos como personas. Son creencias fundamentales que nos auxilian a preferir, apreciar y elegir unas cosas en lugar de otras, o un comportamiento en lugar de otro. También son fuente de satisfacción y plenitud. El término se utiliza para nombrar a las características morales que son inherentes a un sujeto: la piedad, la responsabilidad, etcétera.
Estas definiciones permiten acercarnos a la noción de “valor universal”. Los valores universales están formados por las normas de comportamiento implícitas que resultan necesarias para vivir en una sociedad armónica y pacífica.
Se trata de una idea de difícil definición, ya que un valor está asociado a la moral y la ética, lo que resulta complicado trasladar a un plano grupal. En otras palabras, todas las personas tienen ciertos valores que surgen de su interior y que guían su accionar. Como no todos los seres humanos piensan de la misma forma, los valores de un individuo pueden diferir de los valores del otro. Los valores universales, en cambio, tienen la particularidad de ser compartidos a nivel social.
Muchas de las decisiones tomadas en un negocio, tendrán de alguna manera repercusiones en la sociedad, ya sea en los consumidores o en los empleados que trabajan en la empresa. Por lo tanto, se debe procurar satisfacer las necesidades de los clientes (tantos externos como internos); pero, a la vez, se tiene la obligación moral de velar por su bienestar. Para ello, la ética debe estar presente en todas las decisiones que se tomen, y que podrían repercutir en las demás personas.
Continuando con el análisis del manejo del conflicto que representa interponer los valores a transacciones, negocios o gestiones no trasparentes, habrá que considerarse principalmente que los valores que nos rigen no están sujetos a una negociación. Esa es la máxima que debemos cuidar y mantener. Una vez que optamos en ceder o negociar los valores, como la integridad u honestidad, perdemos en automático nuestra identidad como personas.
Es decir, a partir de los valores es que aprendemos a diferenciar lo que vale de lo que no, lo justo de lo injusto, lo que es debido frente a lo indebido, y así vamos acercándonos a posibles respuestas sobre cuestiones existenciales. Los valores son los que nos posibilitan distinguir lo principal de lo secundario. Nos hacen sentir bien con nosotros mismos y por consiguiente, con el resto de la sociedad; nos hacen crecer como personas.
Por lo anterior, la conclusión debiera ser que los valores no son negociables y que no podemos dejar
corrompernos; en consecuencia, debemos fomentar que estos rijan nuestro actuar, tanto en la vida diaria como en los negocios.