C.P.C. Silvia Rosa Matus de la Cruz
Socia de Matus de la Cruz y Asociados, S.C., e integrante de la Comisión de Revista del IMCP
matus.asoc@att.net.mx
El cerebro y su sistema nervioso es el órgano que controla, además de nuestra capacidad de caminar o respirar, nuestros sueños, esperanzas, aspiraciones y deseos; es decir, la conciencia misma de que somos seres humanos
Por la importancia que tiene el sistema nervioso en el control del comportamiento y de que los seres humanos en lo esencial, somos seres biológicos, la psicología y otros campos como la neurología y la psiquiatría, han hecho de los fundamentos biológicos del comportamiento, su especialidad. A estos expertos se les llama neurocientíficos.
Los factores biológicos son medulares para nuestras experiencias sensoriales, motivación, emoción, estados de conciencia, salud física y psicológica. Por lo tanto, es imposible entender el comportamiento respecto a estados de ánimo, deseos, motivaciones y metas sin conocer nuestra composición biológica.
Alguna vez nos hemos preguntado por qué en algunas familias, existe “la oveja negra”, el hermano incómodo o el tío extravagante, etcétera, si todos los hijos de “Don fulanito” se educaron con los mismos padres, valores, moral y disciplina, ¿qué fue lo que pasó?
Podemos imaginar que la respuesta es porque su cerebro es diferente. Es decir, cada hijo, hermano y ser humano, aunque tenga los mismos padres, es diferente por la genética transmitida.
No siempre “somos” porque “queremos ser así”, sino porque “nacimos así”, ya que solemos tener comportamientos o conductas por cuestiones cerebrales, neuronales. A partir de ahí, el medio en que nos criaron, la educación, las situaciones y experiencias de vida, hacen que esa biología y temperamento con el que nacimos, se vaya moldeando un determinado carácter y al final una personalidad.
La personalidad no es más que procesos cognitivos, emociones y percepciones, que nos hacen ser únicos.
La educación y la crianza, sobre todo, nos nutren día tras día sobre qué es lo correcto. Primero en el mundo familiar, después en la escuela y en el entorno inmediato. La crianza transmite, de manera inconsciente, qué es lo que los padres esperan de uno, qué somos para ellos y qué serán ellos para nosotros. De esta forma nos construimos y destruimos, pues somos la sincronía de esa orquesta.
Después de esto podemos realizar una serie de preguntas: ¿dónde inició todo? ¿Dónde se transmitieron mis valores éticos, morales y espirituales?
Desde la infancia vamos percatándonos de que hay incongruencias en la sociedad y en la propia familia, antes que en otros lados. Desde niños vemos que el mundo de los adultos es ambiguo y ambivalente y, en ocasiones, falso y vacío.
La personalidad se construye con valores que nos introyectan durante la crianza. Esta es dinámica y moldeable hasta cierto grado. Los valores, la ética y la moral forman lo que se llama habilidades psicosociales, las cuales deben ser enseñadas desde pequeños en casa, luego en la escuela, y más tarde verificada y contrastada con la sociedad.
Por desgracia, las habilidades psicosociales que hoy se exaltan dentro de nuestra sociedad capitalista y materializada, son aquellas que permiten escalar más alto, rápido y sin mucho esfuerzo, o subir a expensas de otros, pisar a quien sea para lograrlo, porque, además, el camino no tiene sentido. En este trayecto se soborna, se transa, se burla, se roba, se lucra y se engaña con tal de llegar. El asunto es llegar.
¿Qué habilidades psicosociales hemos transmitido?
Hoy como sociedad y en lo individual nos sorprendemos al decir: ¿dónde están los valores? Cada generación describe a la anterior, lo que vemos en la actualidad es un producto de la relación recíproca entre ellas, de sus interacciones y contradicciones; es decir, cada generación es responsable del resultado de la siguiente.
Los seres humanos aprendemos sin lenguaje verbal, y es que, pocas veces, la palabra es gemela del acto; por tal motivo, hay que fijarse en los hechos no en las palabras.
Como seres humanos, antes que Contadores o profesionales ¿Cómo o de quién hemos aprendido? ¿De la familia, de la sociedad, del ejemplo o del discurso?
Detrás de cada comportamiento humano hay desde una genética o biología, una sociología, una estructura cerebral, una educación y una crianza. Toda una historia, por eso no es tan sencillo responder porque algunos seres humanos son o no éticos.
Por lo anterior, es misión de la ética animar, estimular y sensibilizar a todos los humanos acerca de la búsqueda de la perfección personal. Es forzoso rehabilitar la inteligencia en la ética que no prescribe la erradicación de los intereses personales, sino su moderación, que no exige el heroísmo del desinterés, sino la búsqueda de compromisos razonables, adaptados a las circunstancias y a los hombres tal como somos.
Nuestra sociedad ha liquidado los valores del sacrificio, puesto que hemos dejado de reconocer la obligación de unirnos a algo que no seamos nosotros mismos. Sin embargo, la tarea más crucial es hacer retroceder al individualismo irresponsable, y redefinir las condiciones familiares, políticas, sociales, empresariales y escolares.
Estamos en la época del “posdeber” en la que una gran novedad es la ética. Por primera vez, esta es una sociedad que, lejos de exaltar las órdenes superiores, los hace eufemísticos y los descredibiliza, al desvalorizar el ideal de abnegación y estimular sistemáticamente los deseos inmediatos, la pasión por el ego, la felicidad intimista y la materialista.
¿Qué están aprendiendo nuestros hijos?, si están en un país de impunidad, corrupto, donde se dice: “éntrale, porque no pasa nada”. Estamos reprobados en todo. Desde los derechos humanos hasta la educación a nivel mundial.
No hay salida en el convencimiento de que la solución está en la familia, en la educación, desde el principio, en hábitos positivos de valor. Si se educa a los niños, si se educa a los mexicanos, este país se salva. En la ética, el primer beneficiario es uno mismo.